sábado, 7 de diciembre de 2013

Fácil de entender, difícil de aceptar.

Con una vida llena de rotos y descosidos, sin saber que en realidad, de eso va todo.
De romper para luego coser. 
Como si coger el bajo de un pantalón le sirviera para arremangarse el corazón y no mancharse de penas.
De penas que le inundan. 
Le desbordan.
Le matan y vacían.
Y ella tiene que coserse. Poco a poco. 
Y aguantar el fino hilo como buenamente pueda hasta el próximo desgarrón.
Pero sigue respirando. 
Sabe que alguien llegará para ponerle un parche en cada brecha al igual que hacía su madre con las rodilleras del pantalón.
Ya sabe que vendrá alguien que le planche las arrugas, 
le doble con cuidado las mangas 
y la guarde en el fondo de su único cajón.

Y ahí, 
al fin, 
resoplará, 
tranquila, 
con el alma llena de cicatrices 
que recuerdan a los remiendos en los agujeros de su jersey favorito.



Ella no sabía que la depararía el futuro,
solo esperaba que él estuviera allí.

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